miércoles, 12 de noviembre de 2008

Frío tenáz






Hay agua en el corazón; me fundo en tus ojos y me dejo llevar por la ilusión. Recorriendo y recorriendo llegamos al Salvador. Un volcán en actividad, las fumarolas, el clima, la montaña y la amistad. Nos encontramos después de algún tiempo y fue como si no hubiese pasado nada no Danito...
Subimos el cerro Verde, las rocas se deslizaban por nuestros costados, un sendero bien difícil de escalar, y mucho más difícil de bajar. El día estaba soleado cuando por fin llegamos a la cima. El humo salía de los cimientos de la tierra, vapor y calor fusionados en la humedad más humeante. El Volcán de Izalco tiene tan solo 338 años de edad, y desde su nacimiento fue testigo de erupciones diarias, hasta formar un cráter de 250 metros de diámetro. Conocido como el Faro del Pacífico, porque sus explosiones se veían desde el océano, este núcleo tuvo una baja gradual de su actividad desde 1966, aunque su última erupción destruyó la cima del volcán y su altura disminuyó unos 200 metros. Montamos la carpa en el centro del cráter y planeamos la comida, mientras una fría nube gris se avecinaba hacia nosotros.
En pocos minutos esa masa de aire comprimido explotó y cientos de baldazos de agua cayeron desde el cielo, agua fría muy fría. Nos encerramos en la carpa, en la pobre tienda naranja, que todavía cuenta historias de insectos y tormentas, y agrupamos nuestros bolsos en el medio, esperando que la pobre aguantara tal aguacero. La lluvia no tardó en entrar y como si fuese una bañadera psicodélica, la carpa se inundó, mojando todo lo que estaba seco, desde las bolsas de dormir, hasta toda la ropa que teníamos seca. Entramos en shock, el frío de la montaña estaba asomándose por las laderas y la lluvia no daba signos de escampar pronto. Nos miramos con Dani, pensando en alguna salida. Bajar ya no era una opción (aunque recuerdo que la pensamos bastante) y esperar adentro de la carpa con el agua llegándonos a la panza era una pesadilla visible. De repente la nube desapareció y la lluvia escampo. Logramos salir de naranjita, temblando de frío, empapados, con mucho miedo. En ese instante nos dimos cuenta que estábamos acampando en el agujero del cráter y que a nuestro alrededor no estaba tan inundado. Le quitamos el agua a la carpa y pusimos a secar la ropa mientras descansábamos un rato. Claro que solo fue un respiro, y todavía creo que alguien nos dio un tiempo para alinearnos otra vez, cuando la lluvia estalló aún con más intensidad, desatando esa fuerza de la naturaleza, otra vez poniéndonos en peligro, jugando con nosotros los intrépidos. Ya un poco más tranquilos, pero con mucho frío, buscamos oraciones que nos ayudarán en ese momento. Cada uno buscó a su ángel de la guarda, a su Dios disfrazado. Tendríamos que aguantar hasta el amanecer, y eso creo que era el mayor miedo de ambos. Teníamos compañía claro; unos buenos amigos nos habían acompañado en nuestra aventura, y todos quedamos atrapados en el cráter del volcán de Izalco. Nunca sentí tanto frío, nunca temblé tanto en la vida. Fue una noche interminable, donde el calor humano ayudó a pasar las horas, sin comida, con poca agua potable y mucha agua de lluvia.
La noche fue pasando de a poco, por fin dejo de llover. Nuestras bolsas de dormir, nuestro equipaje, nuestro abrigo, todo estaba mojado. Vientos helados entraban por la montaña, una noche ciega e interminable, solo iluminada por una luna inmensa.
Así fue que nos volvimos a salvar, que aunque nunca dormimos, nos dimos calor, historias, amistad, colores en la oscuridad.

A la mañana siguiente nos acercamos a las fumarolas y nos aliviamos de poder sentir por primera vez en doce horas un poco de calor. Bajamos luego el volcán y continuamos con las aventuras.

Una más para contar....