martes, 27 de noviembre de 2007

Ay Caramelo...




Estoy por llegar a la puerta, solo me falta un brinco más, un pequeño salto, quizá un rebote y llego, a ese pollo con mango. También nos gusta andar con Chicharron. El tipo es respetado en la playa, uno de esos compañeros con los que hay que llevarse bien. Chicharron es tricolor: marrón, blanco y negro; el pelo bien rizado y con aliento a chicharron. Su caminar es erguido, elegante; el hocico es recto; su mirada penetrante. Tenemos una pacifica relación, aunque con esa cierta desconfianza con la que andamos con la gente, la normal pues. Recuerdo una noche sin luna que nos perdimos entre el impulso y la incertidumbre. "Vamos por ella Caramelo" me dijo, " si va, si va Chicharron" le respondí. La aventura era difícil, pero intensa. Dos perros, un camino, y un solo objetivo: encontrar a Pelusa. Salimos por el barrio, comimos algo en el restaurante de mariscos y seguimos viaje, dejamos los fantasmas atrás.
La orilla de la playa de Cuyagua estaba cubierta de piedras, el mar nos regalo una brisa que había acelerado el oleaje, mientras una nube de mosquitos nos perseguía saciando su sed. "Hey usted sabe que si trepamos esa montaña llegamos al Vigía" le dije a Chicharron. El Vigía, una extensión montañosa que desciende al mar y desde donde se puede contemplar toda la playa, era una misión peligrosa. Una extraña sensación se había apoderado de mis prioridades, aunque en el fondo sabía que quería impresionar a Pelusa, tú sabes, aparecer desde lo alto de la montaña, conquistarla otra vez. "Hay que caminar en silencio, el sendero es peligroso " me advirtió Chicharron determinando que el impulso se había convertido en una próxima acción, una realidad. Comenzamos la travesía trepando algunas rocas filosas, mientras la adrenalina se esparcía por nuestro cuerpo como las burbujas estallan en el agua cuando hierve. Las estrellas se asomaban entre la sombra de los árboles, nuestra respiración estaba agitada, muy agitada. La cuesta estaba empinada, requería de saltos estratégicos, calculados con exactitud, cada pata, cada huella. "Cuidado chamo" me advirtió Chicharron, pero ya era demasiado tarde. Mis dos patas delanteras se resbalaron, se deslizaron como dos patines sobre la superficie y caí como un trompo hacia el vacío. Fue todo muy rápido, creo que me desmayé. Estaba echado en la arena, había caído muchos metros y allí la olí, ese intenso aroma a jazmín, a fresas con crema en primavera, a mariposas que revolotean en la panza. Cuando abrí los ojos allí la vi, sentada al lado mío, mirándome sorprendida. El problema (siempre hay un problema entre los perros) era él. Sus ojos amarillos, su pelaje oscuro con tintes marrones, una mezcla de doverman y perro de la vida, un sujeto sin sonrisas. "¿Caramelo qué pasó? me dijo ella y yo cerré los ojos otra vez. Cuando los volví a abrir allí estaba Chicharron. "Fue un espíritu Chicha, ellos se fueron caminando al mar" le dije y los parpados se me cerraron nuevamente perdiéndome entre las sombras de la noche.

Continuará

martes, 20 de noviembre de 2007

El espectáculo va a comenzar: 3,2,1 --- ATENTOS


El mar se mueve ante tus ojos, una alfombra azul que se despliega formando olas que se estrellan contra las rocas. En medio de la inmensidad un cardumen se pasea esquivando las redes de los pescadores. Hay una breve brisa que entra calmando la sed de los lugareños, más de uno está buscando cocos para beber su refrescante agua. Me siento a buscar la línea del horizonte, es una eterna recta que separa el cielo del mar. A lo lejos llego a divisar un barco carguero, parece un camaronero perdido en medio del océano. El barco tiene colores claros: blanco, rojo, naranja quizá. Es un punto en la línea, aunque no se ubica en el centro; está inclinado hacia la derecha coqueteando con las montañas. A mi derecha hay un perro; es marrón claro y tiene una mirada perdida. El perro está dormido, se mueve un poco, creo que está soñando.

El marinero perdido

- Edwin adelante la cena por favor que hay un ventarrón en el mar
- Sí mi capitán
- y por favor avísale a Tiago y a Paco que terminen de guardar el pescado y te den una mano.
Edwin asiente con la cabeza frente al capitán Burstainer y luego voltea en dirección contraria buscando la cocina del barco. Edwin es pequeño de tamaño, aunque a sus recientes 28 años todavía luce su cara de niño imberbe.
- Tiago este que Paco, dice Burstainer que me pelen la zanahoria cuando terminen el pescado
Las carcajadas no tardan en llegar
- Cada día más marico Edwin

Paco y Tiago son inmensos, dos roperos flotando en el mar. Paco es un poco más viejo, y se nota a simple vista que no le gusta que lo molesten ni lo cargoseen mucho. Tiago tiene una sonrisa muy particular: le faltan los dos colmillos. La cocina del barco es pequeña, pero es normal para estar en un barco. El ambiente huele a pescado y hay una vela encendida en cada esquina, iluminando las caras de nuestros protagonistas. Mientras tanto Tiago corta los camarones con los dientes.
- “Es una técnica que aprendí en Puerto Cabello”, aclara mientras escupe la piel del camarón.
Las mesadas tienen una gruesa pared de grasa encima, y en el piso está regado de cáscaras de yuca y escamas de sábalo. Los tres marineros están trabajando en la cocina, en orden, con el mismo ritmo. Tiago sigue escupiendo la piel de los camarones, disfrutando el sabor del pescado fresco. En ese momento, casi de improvisto, un camarón que había quedado vivo ataca a Tiago y le arranca un diente que tenía flojo.
- ahhhhhhh mis dientes, mamahuevo, mis dientes.
Edwin y Paco estallan de risa. Edwin se tira al piso y se hace pis de tanto reirse.
- mira el marico no puede aguantar la risa, dice Paco.
Tiago se toma la cara y corre hacia la popa del barco. Sube la escalera de madera corriendo, dando grandes pasos, salteando algunos escalones; en el camino se estrella contra el capitán Burstainer y tras unos cuantos pasos se golpea la cabeza contra el tímón y cae girando como una clava hacia el océano......

Caramelo


Éramos dos, éramos felices, éramos perros. Corrí hasta la puerta de la casa y en mi carrera desenfrenada solo pensaba en rascarme la cola, girar el pescuezo y morderme arriba de la cola tironeando el pedazo de cuero. Sin embargo es sumamente importante que llegue a la puerta de entrada, quizá hay algo de comer, ese olor ya lo sentí algunas vez, es pollo con papas y tiene salsa de mango. Algunos perros disfrutamos mucho el pollo, otros prefieren las carnes rojas y los pescados. A veces salimos con Pelusa y damos vueltas, muchas vueltas. Recuerdo todavía cuando nos parábamos en frente del restaurant de mariscos y yo le preguntaba a Pelusa:
" ¿Pelusa que querés comer?"
Solo era mirarnos y entender que había mucho más que una historia de amor allí. Yo le decía que éramos la Luna y el Sol, que éramos magos volando entre los espejos, pero en el restaurant siempre hablábamos de mariscos. Pelusa era de clase alta, una chica que no se pierde con cualquier perro callejero. Su padre era ovejero alemán y su madre una chica de la playa. "quiero pescado" me dijo ese 21 de noviembre, pero yo presentía que solo habría pollo esa noche. Así vagamos por los barrios, jugábamos con los primos, perseguíamos gatos, era pura la energía con Pelusa. Un día ella me dejo y se fue a la playa, me dijo que a tomarse un tiempo para pensar. "Fino Chamo" me dijo y se fue. Antes de irse me dejo una carta: " Una vez conocí un mago, un constructor de sensaciones que cargaba mazos de cartas, luces y hasta dados de colores. Me enseño que el arte de la magia es una simple ilusión. En la playa los espíritus se ven en el mar" eso solo decía la carta. Me asusté Pelusa, y no te acompañe, no estaba preparado para espectros ni magos todavía. Tus ojos eran grises Pelusa, así fue que nos besamos en la oscuridad. Estoy por llegar a la puerta, solo me falta un brinco más....

Continuará