Estos últimos días fueron extraños, repletos de desorientaciones, siguiendo la ruta desde Quito (Ecuador) a Popayan (Colombia), atravesando playas, selvas y sierras.
Me encontré con situaciones difíciles de resolver y también con historias que contar, de esas que pasan cuando estás girando. A veces las experiencias pierden el equilibrio, pasan de un lado al otro sin siquiera tirar una pista, una señal. Viajamos junto a mis compañeros durante tres días por el departamento de Esmeralda, al norte de Ecuador, y nos encontramos con paisajes soñados y gente féliz. Nos contaron que la situación política y económica del país podría prosperar con el actual Presidente Correa, y que por primera vez en años crían en el funcionamiento de las instituciones. En las paredes se leían carteles de esperanza para un pueblo golpeado por el empresariado y el Congreso nacional. Continuamos por el camino y cruzamos la frontera con Colombia, buscando conocer un país rico por su gente, por su historia. Al llegar a la ciudad de Pasto quizá trastábillaron algunos pensamientos y personalmente sentí bronca, mucha bronca. Nos robaron las mochilas de mano, donde teníamos elementos muy preciados, como escritos, cámara de fotos y demás herramientas de valor que llevamos en un sendero tan largo. Entraron al micro mientras estabamos estirando las piernas en la terminal, y allí, como fantasmas, se llevaron nuestras cosas sin siquiera dejar un rastro. La realidad es que la alegría volvió luego de algunas horas, conociendo la hermosa ciudad colonial de Popayan y a su gente, hospitalaria y natural. Me encontré con amigos invitándonos a dormir, a comer, demostrando el afecto de un pueblo fascinante. Las anécdotas continúan....