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Mi respiración está agitada, el oxigeno entra por mi nariz y se desliza por la boca hasta nutrir los vasos sanguíneos, tal vez levita un segundo en los pulmones y aliviando los músculos comienza su estampida hacia afuera del cuerpo, perdiendo su virginidad. La acción vuelve a repetirse siendo un poco más agresiva y viscosa, a veces por la boca, y a veces por la nariz. Intento volver del sueño profundo en el que me ha sometido el inconciente, pensando en saborear algún mango para quitar ese amargo dolor que siento en el alma. Pienso en ella, una mezcla de pasión incontrolable me ata todavía a su cuerpo. Su rostro es una visión en mi cerebro, tan hermosa es cuando la suspiro, como si un corazón latiera adentro de mi cabeza. Mis sentidos tienen la virtud de hacerme dormir, mientras sugestionan figuras y representaciones de espectros delirantes. Mi frente empieza a recalentar el motor de mi juventud perdida, ese tiempo vivido entre el vicio y la chirimilla. He visto a los pobres levantarse contra los ricos, y sin embargo siguen llenando copas de oro, viviendo un frenesí reinventado una y otra vez. En otros tiempos he buscado a los defensores del consumo, a los hipócritas que todavía discuten sobre la desigualdad popular y sin embargo construyen revoluciones de champagne. Es el medio ambiente el que nos va a matar a todos. Imagino una Buenos Aires nevada, imagino a la Paz blanca como una espesa crema sobre grandes tortas de chocolate. Siento un silencio en el ambiente, un silencio reconfortante. Son patrañas que imagina mi inconsciente, una suerte de remolino que altera mis ideas. Recuerdo el río abajo cuando las aguas se teñían de un rojo vivo debido a la corteza de los árboles mezclados con el sabor de los manglares.
Los humanos cuando mueren toman forma, o es sólo una idea retrograda?
Es una pregunta que siempre me he hecho, simplemente un acertijo de la conciencia que suelo dramatizar. Un líquido amarillo se desase entre mis dedos, una marea desagradable al tacto. Escucho voces en el viento y empiezo a sentir miedo, mucho miedo. La luz de las mariposas amarillas me encandila, me da fuerzas para pensar que todos se trata de un sueño, una situación fuera de mi alcance. Intento levantar la cabeza pero está muy pesada. Todo es muy real, tengo muchas dudas, tal vez es momento de acostarse y descansar para siempre. Hasta para estas ocasiones la sociedad tiene preparada una coartada. Desde tiempos inmemorables nos enseñan que al llegar este instante el individuo debe atravesar toda su vida en un microsegundo, hay que entender y solucionar los conflictos que están encerrados en el horizonte. Cierro los ojos y me sumerjo por fin en mis últimas palabras. Me acuerdo de la playa, me acuerdo cuando él sentía que el viento acariciaba su cara, mientras las nubes se acercaban al sol mostrando su mayor expresión, una imagen de fantasía.
Me despierto. Estoy en el mismo lugar que había soñado por años, mi cuerpo está bien otra vez. Me levanto con gran agilidad del piso y encuentro un árbol en donde sentarme y descansar. Al otro lado del río están mis padres, algunos tíos, imágenes del pasado que me vienen a buscar. Me alegro de poder caminar, de sentir mi cuerpo otra vez. Algo no me deja cruzar el río. De repente todo se desvanece y aparezco sólo en el mundo otra vez. Estoy cayendo a gran velocidad por un barranco, estoy a punto de estrellarme contra las rocas, no es el momento todavía, no uno tan estupido. Por fin entiendo todo, todo lo que ví, lo que sentí. La vida después de la muerte, la muerte después de la vida. Los espíritus que habitan estás tierras no son todos los muertos, sino los infantes y los justos. Los señores que se desconectan de lo mundano para vagar por un límite entre dos o más espacios. Ese es el camino que me toca seguir, la tarea que me toca realizar.
Nos veremos la próxima luna llena o será antes mi amor?