5.30, el despertador está sonando muy fuerte, todavía es de noche afuera y una ráfaga de frío está entrando por debajo de la sábana. Estoy en Orange todavía, en el bar donde vivo desde hace ya algunos días. La habitación es oscura, aunque una luz tenue entra por la puerta formando un ojo en la pared. Un par de mariposas de papel mache cuelgan del techo, a la derecha hay un palo de agua y sobre la puerta descansan tres toallas, dos en la parte superior y una en la manija. Las paredes son blancas, aunque algo manchadas por la humedad que debe deribar de un caño perdido en el revoque. Me levanto y camino por el pasillo oscuro ( nota mental: para este trabajo tan meticuloso hay que estar alerta de no golpearse con ningún objeto)hasta llegar al baño. Luego de lavarme los dientes mientras busco abrir los ojos, me preparo el desayuno. Una arepa con manteca y azúcar y un chocolate bien caliente para afrontar el día que tengo por delante. Mientras termino de disfrutar el brebaje me percato de mi impuntalidad frecuente y salgo disparado hacia la avenida 33, lugar recorrido ya por el autor en notas anteriores. Una densa neblina baja por la montaña, una masa de aire condensado que derrocha pequeñas gotas sobre mis hombros. Me subo a la buseta y mientras me siento en el tercer asiento empiezo a despabilarme. Los autos mantienen las luces prendidas, aunque el sol de a poco se va asomando. Bajo a las apuradas y me subo al "Metro de Medellín" (tren y orgullo de la ciudad que se desplaza como el monorriel de los Simpson), en la estación Exposiciones. Me siento en una silla mientras una voz (nose si es mi inconsciente o los parlantes) me da la bienvenida en inglés, y me desea un buen viaje. Luego y tras un rato de espera en la estación me uno a los demás actores, un grupo de artistas rigurosamente elegidos para componer los personajes. Subimos a la montaña gracias al metro cable (teleférico, orgullo también de la ciudad) y llegamos a Santo Domingo, uno de los barrios más hermosos de Medellín. Es una escalera interminable, un pueblo dentro de una ciudad. Algunas casas son de colores, otras simplemente de chapa y están sostenidas por algunos bloques de cemento. Caminamos por esos caminos tan intensos y llegamos a la escuela Santa María. La puerta es azul eléctrico, las paredes blancas y desde allí se vislumbra la montaña, una grada que observa a sus pequeños jugar en la inmensidad. Nos sumerjimos en los personajes, nos vestimos, nos maquillamos, nos preparamos.
Así empezamos a viajar por el mundo Varieté (Creo que todavía estoy viajando)...
"Érase una vez una tierra de fantasía, un paraíso terrenal donde la flora y la fauna convivían en armonía y libertad...